[AF] “Por qué no dispenso la píldora del día después"

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Vie Oct 2 14:45:11 CEST 2009


Soy farmacéutico.

Cuando, en 2002, un gobierno nacional del PP aprobó la PDD y el
gobierno autonómico andaluz del PSOE la ofreció gratuitamente en los
centros sanitarios, yo era farmacéutico de un distrito de atención
primaria de salud. Estudié el mecanismo de acción de la PDD, y todos
los estudios confirmaban lo que dice la propia ficha técnica: que actúa impidiendo la concepción pero con una
eficacia baja, del 50%, y que el resto de su efecto se consigue
impidiendo la implantación del embrión.

Soy farmacéutico para ayudar a las personas.
Creo que todo trabajo, desde el más humilde al más
valorado socialmente, tiene que poder darnos la satisfacción de
esforzarnos por una sociedad mejor; eso es lo principal. En
particular, los profesionales sanitarios tenemos una vocación al
cuidado de la salud, y no sólo del que nos lo demanda, sino de la
salud de todos. Es decir, tanta responsabilidad tengo yo sobre la
salud de la chica que demanda una PDD, como sobre la vida del embrión
que puede llevar en su seno. Darle un producto que puede conducir a la
muerte de ese ser humano, aún en fase embrionaria, va contra los más
elementales principios de la profesión farmacéutica.

Por eso, aunque entonces tenía un contrato precario de obras y servicios y mi sueldo
era el único que entraba en casa, tomé la determinación de negarme a
cualquier intervención profesional que tuviese algo que ver con la
PDD. Cuando cambié de trabajo y fui al hospital, comuniqué la misma
decisión a mi jefe de servicio. Y así he actuado siempre que se ha
presentado ocasión. Hoy me encuentro con la barbaridad de que este
producto ha sido aprobado para su compra sin receta en las farmacias.

No ha parecido importar al Gobierno, que sea un producto que atenta
contra la vida humana, ni siquiera el hecho de su inseguridad en
administraciones repetidas y en adolescentes, ni que sea un agente
considerado como de alto riesgo cuando ya existe un embrión o feto
implantado, ni que se haya demostrado epidemiológicamente que su
disponibilidad no disminuye la incidencia de embarazo imprevisto.
Aprobarla y extender su uso son decisiones propagandísticas de una
ideología que desprecia la vida humana prenatal, no decisiones
sanitarias.

Para colmo, el Ministerio de Sanidad engaña a la población diciendo,
en un folleto oficial, que no es un abortivo porque no actúa cuando el
embrión ya se ha implantado, entrando en un desafortunado juego
dialéctico para ocultar la verdad: que impide la implantación del
embrión, y por tanto conduce a la eliminación de un ser humano.

Ese folleto está colgado tal cual en la web del Consejo General de
Colegios de Farmacéuticos, sin pudor alguno. Y ya está aprobada otra
píldora (ulipristal) que puede usarse hasta cinco días después. Si aun
esto falla, tenemos el aborto libre y financiado como un derecho con
nuestros impuestos. Y como, finalmente, el aborto falla en
solucionarles la vida a las adolescentes y sus familias (se la
destroza), la vergüenza y la incomprensión acaban imponiendo su fétido
silencio sobre la soledad y la tristeza de cientos de miles de mujeres
jóvenes, a quienes se ha educado en la falacia del “sexo seguro”.

Algún día, tarde o temprano, alguien se preguntará y nos preguntará
cómo pudimos caer tan bajo los farmacéuticos, hasta llegar a
constituir un peligro para los padres que quieren dar una educación
humana y responsable a sus hijos e hijas, porque se nos reputa capaces
de venderles esto, ya incluso sin receta, precisamente a nosotros, que
tenemos la responsabilidad ante la sociedad de velar por la salud. La
respuesta a cómo hemos caído tan bajo está muy clara, y podemos
encontrarla, por analogía, al final de aquella inolvidable película
sobre los juicios de Nuremberg: “se llegó a esto cada vez que
dispensamos un producto, sabiendo que atentaba contra la salud y la
vida humana”. Esa responsabilidad profesional la tenemos y debemos
autoexigírnosla. Tarde o temprano, alguien lo hará.

En fin, la respuesta a por qué no dispenso la PDD es simple, y se
encuentra ya en la primera frase de este comentario.


Emilio Alegre.
Hospital Universitario de Puerto Real. Cádiz.





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